· C O N L O S P I E S E N L A S I E R R A ·
Fernan es un tio que disfruta. Lo ves entrar en carriles y enfrentarse a las primeras rampas de una montaña cualquiera y asoma enseguida una sonrisa a sus labios, encapuchado con un buff blanco y la camiseta de alguna carrera. No es que disfrute subiendo, pero el muy cabrón va pensando desde que empieza a calzarse las zapatillas en el momento de la bajada, y eso sí que le gusta, el más difícil todavía, las bajadas inclinadas, con piedras y arbustos que te marquen la piel, si tiene saltos mejor, quita “delmedio” chaval que no tengo freno. Hice la prueba de Jarapalos con él y después de 40 kilómetros de duros desniveles aún se sonreía mientras se deslizaba por un estrecho sendero de cantos rodados en el que cada pisada era un riesgo de torcedura. Llegábamos a la meta destrozados, sin fuerzas para un paso más, y si le dicen que hay que subir otra montaña pero que luego se baja a lo bruto, entre la maleza, se aprieta el tío los cordones y te salta a un trote machacante que no hay sonrisa que aguante.
A cada página de Con los pies en la sierra, Raúl García Castán (Xplora, 2013), me acordaba de mi amigo, porque en esencia pensaba que ambos transmitían lo mismo, el gusto por la montaña, el placer de sentirse en contacto con ese punto “abicharrado”. ¿Y no nos metemos la mayoría en la montaña por esas mismas sensaciones? Encontraba constantes similitudes entre la vida de un superdotado para las carreras por montaña y la de uno de nosotros, los cualquiera, el pelotón, a veces de cola, los que marcan el “agotado” en la página de inscripciones. ¿Somos tan distintos?
Pero vamos al libro. Llevo años en esto de la literatura y he leído más páginas que horas he vivido, pero hace relativamente poco que me he metido en la narrativa deportiva, y quizá peque de inexperto al afirmar que la calidad narrativa de la mayoría de estos libros es bastante mediocre. Es normal, me digo, si consideramos que sus autores son fueras de serie en una disciplina deportiva y que, por tanto, sería difícil que lo fuesen también en la complicada tarea de escribir (bien). Eso también se entrena, pero está claro que hay quienes nacen para cortar cintas a bocados y quienes suman fondo en editoriales del pelotón. Uno lee estos libros por el apego a sus historias, no tanto por su calidad, y en Con los pies en la sierra me he encontrado más bien lo contrario, una historia muy bien contada, con una calidad que sólo años de lectura puede dar, aunque poco original en el contenido.
El libro es el diario de una época cualquiera en la vida de Raúl, una época en la que sufre una lesión, ese estado casi cotidiano en la vida de cualquiera de los que corremos, y en el que aprovecha para relatar algunos puntos destacados de su carrera deportiva (a veces, leyendo, me recordaba a La Colmena en su elección aparentemente aleatoria de esos instantes). Vamos, un poco lo que todos los libros del estilo, pero con un punto extra en el manejo del lenguaje, algo recargado a veces, pero muy de agradecer en un sector en el que parece que cualquiera puede sentarse a escribir.
Con los pies en la sierra es, si ignoramos las clasificaciones de las carreras, un cúmulo de situaciones muy humanas, bien descritas, un placer para los que, como yo, dedicamos gran parte de nuestro tiempo al deporte y a la lectura. Un placer para los que encuentran en la montaña un momento para alcanzar su lado más salvaje y solitario, un momento que acaricia la experiencia de Alexander Supertramp (Hacia rutas salvajes, Ediciones B, 2008), en palabras del propio Raúl, “pasar horas enteras perdido entre breñas y peñascos, sin más compañía que la de ese sombrío rival siamés que llamamos sombra prendido a mis pies, persiguiéndome obstinadamente, es un placer singular”, párrafo que concluye muy a la manera del joven que terminó sus días en Alaska, “La soledad es muy bella, cuando hay alguien que te espera en algún lugar”.
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